A suerte de cuento (cualquier semejanza con hechos reales, correrá por vuestra propia imaginación)

En el vibrante escenario que representa el poker, las letras tienen un alcance mucho mayor a designar las cartas más importantes de la baraja. Danzando para hacerse palabras y tejer historias con ellas, son esos signos que conforman el alfabeto los que pueden sugerir imágenes que lleven el juego a trascender lo que sucede en los paños para convertir lo que allí ocurre en un entramado vivo que encamine la mente a viajar a través de la imaginación.

De cinco sobre cinco

Quintín Quintana despertó con el quinto timbrazo de la alarma de su celular, que se había activado a las 5 de la mañana, como era habitual que sucediera todos los días de la semana con nombre terminado en S, de acuerdo al horario que le imponían sus jornadas laborales. Sin embargo, esta vez la alarma había permanecido activada por error, puesto que no se trataba de un día de la semana con nombre terminado en S, sino de uno con nombre terminado en O.

El inicio de aquel domingo 5 de mayo, consumado a una hora tan inhóspita para el buen dormir de Quintín, antes que una pérdida o un suceso que le desencadenara lamentos, fue para nuestro héroe el atisbo de un presagio; una especie de llamado a la acción. Tomó una ducha de 5 minutos y hasta le alcanzó el ánimo para hacerlo al ritmo de “Can You Feel It”, de los Jackson Five. Solo cuando tuvo en cuenta el nombre de esa agrupación, fue consciente de la cadena de cincos que venía determinando el avance de su jornada.

Revisó los mensajes pendientes en sus redes, y justo en la quinta casilla, proveniente del Casino Cinco sobre Cinco, enviado bajo el código #55555, encontró el anuncio del torneo de modalidad Omaha Five, con un buy-in de 55 dólares y un garantizado de 5.555 de los verdes. Como era de esperarse, Quintana comprendió la señal que le trazaba el destino y supuso que se trataría del momento convenido por la fortuna para permitirle superar una racha de 5 meses sin llegar a cobros importantes en sus incursiones en los paños.

Terminó de vestirse sin afanes, con la tranquilidad de saber que el único compromiso pactado para su agenda dominical, dependía solo de sí mismo y aún distaban para él unas buenas horas de espera. Entretuvo algunos minutos con las noticias deportivas en la televisión, justo en el instante preciso para ver el reporte de los 5 goles con los que el Estrella Roja, equipo de su devoción, había ascendido al quinto lugar de la tabla, para mantener la posibilidad de alcanzar el que sería su quinto título en la Liga Nacional.

Viendo que todo confirmaba lo que parecían ser los designios de un sueño, Quintana hasta llegó a pellizcarse unas cinco veces para convencerse de estar en plenitud del uso de sus cinco sentidos. Pero, para que sus dudas se despejaran, bastó con el silencio posterior al momento en que pidió la cuenta en la churrería de Manolo, a la que había acudido en busca del desayuno, como era su costumbre dominical. Los astros no podían mentirle… Siempre pedía que le facturaran la cuenta sin servicio y esta vez, que había elegido incluirlo, el mensaje algorítmico le llegaba sin mayores obstáculos para descifrarlo: debía pagar 5 dólares con 55 centavos.

Las horas se le hicieron lentísimas, como ocurre siempre para el hombre que desea apurarlas y adelantarse al encuentro con los designios de su fortuna. Pero llegó al fin la hora de acudir a la estación Aurora, quinta del recorrido de la ruta 5 del metrobús. En pleno vagón del vehículo, aprovechando la baja afluencia de pasajeros por ser jornada dominical, un quinteto musical tocaba cumbias para unos 55 viajeros que se dejaban envolver por el pegajoso ritmo tropical. Quintín buscó algo en sus bolsillos para agradecer la alegría con la que lo contagiaban aquellos artistas repentinos y ya ni se asombró cuando su mano extrajo de los recovecos de su pantalón aquellas cinco monedas de 50 centavos.

Bajó en la parada de la Avenida 55 y caminó las 5 cuadras que debía recorrer para llegar por fin al Casino Cinco sobre Cinco. Se ubicó en la fila para el registro y como sabía ya que tenía que ocurrir para no romper la mística de sus designios, fue el quinto en espera para dejar paga su inscripción. Canceló los 5 dólares de dealer tip y recibió 5 mil puntos extra para incorporar a los 50.000 de su stack inicial para el torneo.

Con niveles de 50 minutos, estaba seguro de que no tendría que complicarse de más la vida para multiplicar su stack y superar sin movimientos adicionales los cinco niveles del período de registro. Para que sus presagios se reafirmaran, consiguió sellar cinco eliminaciones en ese lapso y al salir al break que marcaba el final del tiempo disponible para sumarse al field del torneo, acumuló en su pila 555.500 fichas.

Su avance en el torneo parecía indetenible. A medida que las mesas se cerraban, su cuenta se acrecentaba y continuaba ganando los mejores pozos, casi siempre con jugadas en las que un 5 era clave, bien fuera entre las cartas de su mano, o en las que venían al board para ayudarle a completar el nuts con una impredecible escalera o un afortunado color que lo mantuvieran en alza en su acumulado.

A la mesa final llegó con 5 millones de fichas para enfrentar a sus cinco oponentes de turno, pues se trataba de un torneo 6-Max. Eran aproximadamente la mitad de las fichas en juego en la definición de una competencia que cerró su registro casi con 200 entradas. El garantizado del torneo prácticamente se había duplicado y eso tenía a Quintana aún más feliz con su desempeño, puesto que ya daba por descontada su presencia en el podio, de manera que no solo podría compensar las pérdidas de sus cinco meses de ayuno cobrador, sino que seguramente se aseguraría un pago que le permitiría costear sus intervenciones, por lo menos, en unas cinco competencias similares.

Para conseguir la primera eliminación de la mesa final, con la que el field se redujo a cinco contendientes, Quintín necesitó solo cinco minutos. Un oponente se jugó sus últimos 500.000 puntos, cuando las ciegas eran de 50.000/100.000, es decir, teniendo tan solo cinco obligadas en su stack. Él pagó con su A-4-6-7-8 y se vio casi sin outs cuando conectó dos pares en un flop A 6 10, en el que todo quedaba servido para que el shortstack se llevara el pozo con su A-A-K-10-Q. Caprichoso, un 3 se asomó al turn, casi tropezándose, y el predestinado 5 llegó al river para darle la escalera ganadora a un Quintana cada vez más convencido de la certeza de su presagio.

Pero llegó entonces aquella instancia fatídica del 5-handed. Tras cuatro manos absurdamente perdidas, en situaciones en las que el porcentaje de probabilidades siempre le era favorable, Quintana recibió un combo con pareja de 5, pareja de ases y un 4, suited para espadas y suited para diamantes, por si necesitaba algún otro motivo que lo comprometiera a jugarse sus restos. Al jugar aquella mano desde la ciega mayor, le correspondió el quinto turno para intervenir en la acción.

Cantó su shove con esos dos monosílabos que suelen hacernos contener el aliento en las mesas: All in. Cinco letras para redondear el designio. Como si se tratara de cinco notas musicales danzando en un impredecible pentagrama. Como los quintos de la lotería que llevan la fortuna al desahuciado, como el quinto sueño que es el que con más placer se duerme o como los cinco enanitos de Blancanieves, habría dicho un expresidente colombiano, si su editor de discursos no le hubiera recordado a tiempo, que en esa historia los compañeros de estatura reducida que acogieron entre ellos a la posterior enamorada del príncipe, fueron siete.

Las cartas quedaron a la vista cuando Mr. King aceptó el shove de Quintana, luego de haber entrado con min-raise desde el botón, obviamente buscando inducir a Quintín a ponerse en la cornisa. Confiado en su presagio, nuestro protagonista viró sus cartas y se encontró con el Ac Qh Jh Jd 3c que debía vencer para seguir en carrera. Como sabía Quintín que ocurriría, un 5h se abrió en la ventana del flop para darle toda la ilusión con su set. Mejor aún fue ver el 2c y el 2d que prácticamente sentenciaban a su favor la mano, dándole un full.

Pero un 4c que pareció encender todas las alarmas se abrió en el turn; seguido en el river, sí, justamente en la quinta e ineluctable carta, en el naipe de la profecía que taladraba ya como un badajo de campana en la cabeza de Quintana; por el 5c que redondeó del todo el designio. Con un pago de 555,55 dólares, correspondiente escasamente al quinto lugar de la premiación, nuestro héroe tuvo que pasar aquel sabor agridulce pronunciando la inevitable frase cliché con la que intentó consolarse: “no hay quinto malo”. Igual, había tenido una actuación de cinco sobre cinco.

Ilustraciones por Yovanny Torres (IG: @elgattomonaretta)

Jorge Loaiza

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